martes, 29 de noviembre de 2011

la moda en 1910

La moda a repercutido a lo largo del tiempo por que tras  el avance todo cambia a un nivel mejorado.
Nada combina tanto con los deseos de diversión femenina como un look de vampiresa. Las mujeres fatales de boca roja, cabellos cortísimos y ojos pintados con sombras oscuras, bailaron charlestón y jazz hasta el amanecer.





El 25 de Octubre de 1929, el llamado Viernes Negro, el colapso de la bolsa puso punto y final a los dorados años veinte. De repente el dinero perdió su valor y en consecuencia los pobres se hundieron más en su miseria y muchas personas acomodadas perdieron su patrimonio de la noche a la mañana. Era el fin de una época...


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Para “Ellas”, la moda llegaba de París; para “Ellos”, de Londres. Así, las mujeres cambiaron el miriñaque por el polisón (conjunto de ballenas que formaban un hueco bajo el vestido) y, después, por el “traje sastre”, entallado y abotonado por adelante. Luego vino la tortura del corsé, hasta que, hacia 1910, la bailarina Isadora Duncan impuso la moda de los trajes sueltos y el cuerpo libre. Para el Centenario, los señores usaban cuello y puños postizos, blancos y duros, saco entallado, chaleco de cinco botones, corbata angosta y corta, guantes, bastón de caña y sombrero.
La ropa se convirtió en un elemento comunicador de pertenencia social. Para satisfacer esta necesidad salió al mercado una variedad de productos que las grandes tiendas ofrecían al gran público.
El corsé no sólo permitía lucir una cintura de avispa, sino que garantizaba la integridad moral. Como señala Susana Saulquin: “Para ciertas señoras delgadas, el corpiño de seda puede reemplazar al corsé, lo mismo para viajar como para sostener el cuerpo bajo el vestido de baño en el mar. No es higiénico bañarse con un corsé”. Después de 1910, la moda e la vida al aire libre y los deportes archivaron el corsé. Las mujeres pudieron respirar en paz.
Los figurines, insertos en las revistas femeninas, ayudaban a acercar los gustos de la clase alta al resto de la gente.
Las academias de corte y confección proliferaron en los barrios para que, moldes en mano, cualquier mujer pudiera ejercer en casa (y luego lucir en la calle) “el arte de la alta costura”.
Los modelos ofrecidos por las tiendas cubrían las diversas necesidades de la vida de las elites; había modelos para señores, mayordomos, lacayos, damas y hasta señoras ciclistas.
Los catálogos de ropa de las grandes tiendas incorporaron el diseño de las revistas femeninas para disimular su simple condición comercial. Algunas publicaciones de Harrod’s incluían relatos y cuentos.

 
 
El corsé no sólo permitía lucir una cintura de avispa, sino que garantizaba la integridad moral. Como señala Susana Saulquin: “Para ciertas señoras delgadas, el corpiño de seda puede reemplazar al corsé, lo mismo para viajar como para sostener el cuerpo bajo el vestido de baño en el mar. No es higiénico bañarse con un corsé”. Después de 1910, la moda e la vida al aire libre y los deportes archivaron el corsé. Las mujeres pudieron respirar en paz.
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